Es frecuente encontrar en nuestras ciudades algún «testimonio» del pasado industrial, casi siempre elementos muy visibles, que ocupan poco terreno y que sirven de soporte articulador de la nueva lógica urbana, generalmente residencial o comercial. Se esconde a menudo una lógica devastadora, en el sentido estricto del término, que, mediante la conservación de algún elemento borra por completo, con gran efectividad, cualquier conocimiento del pasado. Es el caso que planteamos en este texto, como ilustración de este tipo de prácticas en el pasado, pero sobre todo como elemento de reflexión sobre el tratamiento de muchos de los espacios industriales que todavía existen en nuestras ciudades y sobre los que se plantea, hoy, el asunto del patrimonio industrial.
Como veremos en nuestro caso, ya en la década de 1970, en un contexto de expansión urbana y de las primeras manifestaciones de obsolescencia en algunas actividades industriales, se decidió conservar un elemento, la base de un depósito de agua, a manera de testimonio del uso que ese espacio había tenido a lo largo del siglo XX.
Preservar un elemento descontextualizado, y especialmente cuando ni siquiera se entiende su función, no tiene necesariamente que ver con la memoria ni con el sentido profundo del concepto de patrimonio, sobre todo cuando, a pesar de lo que se suele afirmar, la forma habitual de intervenir sigue siendo hoy la demolición completa, ya que «la conservación de los edificios patrimoniales genera numerosas dificultades para su recualificación».
En suma, preservar un elemento, ya sea para dar «ambiente» o «identidad» a una actuación, o porque permite acallar posibles críticas sobre falta de sensibilidad, puede ser, si no va acompañado de conocimiento, de difusión y de participación ciudadana, la forma actualizada de las viejas prácticas sobre los espacios urbanos industriales obsoletos.
A más de un kilómetro del edificio de viajeros del Ferrocarril Central de Aragón, se encontraban los talleres generales y el depósito de Valencia-Alameda, aprovechando la bifurcación de las líneas de Sagunto a Valencia y de Valencia al Grao para generar un triángulo de vías en el que se inscribe la instalación.
Lo componía un conjunto de naves de diversos tamaños y alturas, formando una planta irregular cuyo eje mayor se orientaba en dirección este-oeste, en la que se encontraban los talleres de ajuste y montaje, con una sala de motores y otra de calderas, un taller de carpintería, una sala para las fraguas y una cochera para ocho máquinas, con otras construcciones exentas, como el taller de pintura y algunos almacenes.
En las primeras décadas del siglo XX se fue conformando una gran zona industrial en el entorno de la estación del Central de Aragón, que se abría en dos direcciones: hacia el este, en torno al camino del Grao –actual avenida del Puerto– y hacia el norte, entre el camino de Tránsitos – hoy avenida del Cardenal Benlloch– y las propias vías del Central de Aragón. Conviene no olvidar el establecimiento en 1909 del recinto de la Exposición Regional, que tanto éxito tuvo entre la sociedad valenciana de la época, cuyo principal acceso estaba en el Paseo de la Alameda, a poco más de 500 metros del edificio de viajeros.
Más adelante empezaron a aparecer los edificios residenciales. El Paseo al Mar –actual avenida de Blasco Ibáñez– había sido proyectado en 1893 sobre el camino del Cabanyal, aunque sus obras no comenzaron hasta 1926; y en los años treinta se proyectó un conjunto de 58 viviendas sociales junto a las viviendas de los empleados de los talleres, entre las actuales calles de Clariano y Vinalopó, a las que se unió una pequeña ermita, germen de la futura parroquia San Francisco Javier.
Pero fue una vez terminada la Guerra Civil cuando se inició la verdadera urbanización de esta zona, en un proceso que no concluyó hasta prácticamente los últimos años del siglo XX. A finales de la década de los cuarenta se abrió la plaza Xúquer, tomando como modelo la ya existente plaza de Cánovas del Castillo en la Gran Vía Marqués del Turia.
La oficina de estadística del Ayuntamiento de Valencia cuenta en la actualidad un total de 319 viviendas en el barrio, con una antigüedad comprendida entre 1941 y 1960, que son precisamente las de la citada plaza Xúquer y sus calles aledañas, y ese mismo informe revela que las décadas de 1970 y 1980 fueron los años de mayor construcción de viviendas en el barrio.
Durante casi tres décadas, el creciente barrio de San José y todos sus servicios convivieron, pues, con los talleres del Central de Aragón, pero las huellas de la instalación, e incluso las del trazado ferroviario, fueron desapareciendo, y hoy apenas queda nada que nos recuerde lo que aquí existió. Como expresaba Italo Calvino, «a veces ciudades diferentes se suceden sobre el mismo suelo y bajo el mismo nombre, que nacen y mueren sin haberse conocido, incomunicables entre sí».
Sólo queda hoy el basamento del depósito de agua, (la «torre»)… ¿Por qué se salvó de la demolición? ¿Qué uso podría tener la torre aislada en una zona de edificación residencial? ¿Se preservó de forma temporal por razones que desconocemos y finalmente nunca llegó su hora? ¿Qué significado tiene hoy en día y cómo podemos interpretarla? En la actualidad la torre está en el borde de un jardín infantil en la a calle Clariano, frente a un colegio. Sus puertas están enrejadas para evitar la entrada, lo que no impide que se arroje basura a su interior continuamente, convirtiéndola en un gran estercolero… y que la inmensa mayoría de la población desconozca por completo qué es y, por supuesto, de qué es «testimonio».
Desde aquí, mi sincero agradecimiento al profesor Jose Luis Lalana Soto por ofrecerme su enorme ayuda para la redacción de este artículo.
Ver artículo completo en la web APIVA, Boletín nº 1, 2018.